Ven aquí, noche,
y depura mi
alma con tu canto eterno,
ese que siempre me salva
y que
hace estrecha la
distancia entre lo clandestino y lo bohemio.
Ciudad sin ojos y poesía barata en un
sucio café,
con
cucarachas en las manos
y demasiada azúcar en los
vasos del té.
Azúcar de caña y azúcar
para endulzar al enemigo.
Azúcar para endulzarte a ti y no a mí
-me santiguo y te maldigo-.
Y de nuevo se levanta la esperanza a lo lejos,
enteramente digna y orgullosa de su pulcritud y
su porte magnifico,
silva mientras mata
viejos
con
su guante de lino blanco
y
su seda de amor castizo,
y
mientras ellos mueren yo bailo
y mientras ellos mueren, yo bailo.
Ven a mí, lluvia,
bendita lluvia que
limpias mi
ciudad ciega
y despejas mis calles maltrechas
con tu caida implacable
y tu ritmo perfecto que renueva.
Venir todos aquí
donde las fieras mueren de amor
y los mendigos
son los dueños de los muertos
que deberían seguir vivos.
Sekhmet
La lluvia es mi musa de desgracia y hoy la desgracia se cierne sobre esta falsa ciudad: Oviedo, llena de esculturas y gracia; apuesta fuerte por la marginalidad.
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